viernes, 18 de noviembre de 2011

Ah, te vi entre las luces


Que te muerdan la nuca.

Es un encuentro furtivo, porque únicamente soy yo quien sabe que ha sucedido, es extraño, y no sé si es nostalgia pero me hace gritar y llorar, es enojo disfrazado de orgullo disfrazado de tristeza disfrazado de razonamiento que resulta ser una lagrimita pequeña caída sobre un zapato café, la lagrima no es un disfraz. Pensaría uno normalmente en una especie de impotencia que impide llevar el encuentro al segundo nivel; que es en el que los sujetos implicados son ambos conscientes de ser parte del momento, sin embargo no subo, porque conmigo nadie sube, no puedo llegar porque cada vez que lo intento lloro como loca y encuentro las palabras que no pude decir nunca, el titulo me ataba y me impedía ser. Es imposible llegar al nivel sin la escalera.

Y suceden muchas cosas no es solo un encuentro con un alguien es también una especie de  encuentro conmigo, una pesadez lentica, un tambor de ruido incesante y vibración abrumadora que descubrí – no por coincidencia sino dándome cuenta – en mis alveolos, no puedo respirar bien cuando me pasan estas cosas (pero que voy a saber de eso, como voy a compararlo como si fuera una variable constante. Es apenas la primera vez que me sucede).

Esto es un sueño: Me encontré llorando, no hay necesidad de saludarme porque puedo reconocerme a una distancia prudente, lloro y grito porque me resulta necesario hacerlo, lloro y grito, pero antes me aseguro de que no haya nadie cerca, grito sola y lloro, intento reprocharme los segundos perdidos y las obsesiones que duraron más de lo acordado, no lo logro, no puedo reprochármelo pero de todas formas lo intento. Me veo en un ascensor sin edificio, no hay pisos donde me pueda detener… a quien engaño no era un sueño de verdad era uno inventado pero no me refería a un sueño que es como un deseo, sino a uno de los que te agarran por los pies cuando te has dormido. No estoy en un ascensor pero me gustaría estarlo y también que hubiera un montón de pisos, pordios que hubieran cientos de pisos, muchos, y todos fueran eternas paradas, todos los pisos todos los mundos y yo dueña de nada, dueña de unas manos vacías que aplauden a la maravilla, haría de cada piso una letra e inventaría decenas de abecedarios para que nada se repita, para evitar tener que recurrir a la combinación, recorrería el edificio sola más por las circunstancias que por las ganas, porque de verdad se me antojaría recorrerlo con alguien pero si el encuentro no existe no se pueden mis deseos, no se pueden, no los encontraría ni a la vuelta del árbol.

Estaba asustada, es que verme para mí es una situación comprometedora y abultada.

Verme allá y recordar que era lo que nunca he sido, que no era, porque no podía, porque me agarraba por sorpresa el instante y sobretodo la comunión del momento y, esa consolidación de obsesiones compartidas, me sorprendía entonces la forma en la que podía amoldarse todo a mi disposición y yo era incapaz de disponer de mí, en vez de ser mi cómplice era mi verdugo, y lo sabía, lo sé.

Cae una hoja, es un poema escrito en uno de esos inviernos de solo al atardecer, llueve, fantaseo, tengo una carta escrita para que no hallan palabras en el papel, una sonrisa que ofrezco a los desconocidos y a los conocidos también, no hay besos tras esta boca, solo sonrisas, no hay amor pueril ni desengaños de tipo relación-amante, no hay nada solo unas manos que hacen barcos y olvidan letras, unos ojos que ven caer cada poema del librito árbol, unas ganas de contar hasta diez y luego correr, el conteo  tiene que ser hasta diez específicamente, no se vale sufrir de vértigo y afán, solo se vale hacerlo lento, como si se hubieran perdido las ganas pero se hubiera recuperado la vida.

No hay razón para mentir ahora, ya se ha perdido el compromiso no hay razones para agradar ni desagradar, ya no existe ningún título que nos ate ni nos obligue, ya no,  ahora solo sirve una escala de Re-menor sonando entre un piano que toco yo, una escala de Re-menor que se mueve a mi antojo y no necesita aprobación de nadie para sobrevivir. Ya no hay razón para mentir porque aunque esto está escrito un poco con la segunda intención de que se lea  (no por cualquier lector si no por el lector que debería acercarme la escalera y permitir que suba al segundo nivel), está también escrito con la sublime intención de guardar un momento mío que pueda resultar innecesario en el futuro, un recuerdito que debe almacenarse en el cuarto de sanalejo que cargo en la mochila de las eternidades.

Cae un segundo poema, la rama lo llora, era uno bueno, uno de los que son irrepetibles, un conjunto de palabras que tiene cuerpo y han sido acción.



Ah, te vi entre las luces.

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