sábado, 26 de noviembre de 2011

Evolucionar constituye una infidelidad


Me sonríe mucho y  supongo que debe ser un reflejo involuntario, una reacción sin intenciones a mi  cara de contenta, tiene cara de afligido desde que lo conozco y cuando lo veo no me aguanto las ganas de decirle que se asome a mi casa a cantar un rato, Está sentado en el sillón naranja, cita a Baudelaire; me dice que ha llegado al otoño total del pensamiento, pero yo le digo que si de verdad es así apenas es el primer otoño, que su vida debe funcionar con las estaciones por años como en la vida real, y que no son las estaciones de toda una vida. Me sonríe otra vez, se me acerca, me mueve el cabello y me lo acomoda tras la oreja haciendo que las palabras me entren frías más por el viento que sopla rápido y alcanza a entrar por la ventana que por lo que me dice; ¿Cuanto crees que tarda una vida?, ¿cuánto crees que dura? ¿Años, horas, días, cuánto tiempo aguantas viva? ¿Cuánto tiempo puede uno mantenerse vivo, y que implica eso?, no respondo a eso porque... no se la respuesta, no he elaborado ningún plan, y sobre eso no he querido tener un dialogo recio conmigo, un dialogo con el objetivo de matar, de matarme a mí misma, a la otra voz que intenta pelear y defenderse en mi cabeza, no tengo más que un montón de disertaciones a pedazos, de pronto por el constante cambio que no puedo detener, no puedo pararme a abrazar una creencia y mantenerme pegada a ella cientos de eternidades, no sé cómo se hacen esas cosas ni como se alcanza el punto máximo de una idea, me parece discutible el hecho de que se pueda llegar a la cresta de la ola y quedarse ahí convencido de algo, probablemente eso me hace algo más que un poco inferior,  todo eso lo pienso ahora que repaso el asunto, que lo visualizo a él viendo por la ventana, ahora que puedo ordenar  todo y hacer un recuerdo de lo que paso, un recuerdo de lo que pude ver yo, lo que alcance a percibir, hago eso ahora que no hay que darle solución a nada si no que lo único que se mantiene es el interrogante, ahora que nadie espera una respuesta ni busca a Dios entre la almohada. Me acomoda otra vez el cabello, son las 11:45 pm y se canso de escuchar a Morrison que esta ebrio y canta con el micrófono dentro de la boca. No sabe qué hacer, se para, baila un poco, enciende el teclado, yo le digo que lo toque bajito, él no sabe tocar el piano, lo apaga, vuelve a bailar, se sienta en el tapete rojo a rascarse la cabeza para sacarse las ideas, se sienta otra vez en la cama, mira por la ventana, se toca los labios porque los tiene muy resecos y dice que la saliva lo empeora, se cansa, por lo menos yo personalmente lo veo muy cansado del noveno grado, lo veo agotado de hacer mapas y estudiar las cordilleras, siempre intranquilo hablando con los amigos y luego diciendo que no puede salir tan seguido con ellos porque no lo dejan pero creo que no sale porque le gusta quedarse en su casa leyendo los libros del papá que un día se le desapareció, algunas veces lo he visto jugando futbol muy emocionado y distraído. Vuelve a sentarse en el tapete, dice que le dio sueño y se va a ir ya, que le deje el libro de el discreto encanto de los melancólicos, se lo empaco en la maleta y lo acompaño a la puerta, se despide de mí con un beso en la mejilla y luego me dice adiós con la mano, que chao, que luego nos hablamos, que sí le digo yo, que adiós.

Debe tener 14 años. A veces cuando se sienta a ensimismarse me da la impresión de que tiene como 50 o de pronto 10.

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